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De Pamplona a Tudela. La Ribera de Navarra. Don Pío Baroja otra vez.

 

Dentro de las “Memorias de un hombre de Acción”, y  más en concreto en una de las que la componen y que Don Pío Baroja titula “La ruta del aventurero”, se describe el viaje que un inglés, el joven Thompsons, realiza desde Pamplona hasta Tudela en unos calurosos días de Julio y de las peripecias y aventuras que le suceden. Es seguro que Don Pío efectuó este viaje en alguna ocasión por lo certeramente que describe el paisaje y al paisanaje.

Como admirador acérrimo de Don Pío seguí sus pasos. De Pamplona a Caparroso en coche y de Caparroso a Tudela andando y acompañado por mi amigo Antonio, admirador también y a su manera de Don Pío, y “barojiano” él mismo en su aspecto y en su filosofía.

El joven Thompsons, tan parecido a los personajes de Dickens, escritor adorado por Don Pío, parte de Pamplona con un calor sofocante y con los campos de trigo segados y llenos de gavillas. Hoy sigue todo igual excepto en lo de las gavillas. En nuestros días, las modernas y enormes cosechadoras dejan los rastrojos dorados, pero “mondos y lirondos”.

El inglés hace disquisiciones sobre la belleza y la fealdad y el que consideremos el paisaje verde más hermoso que el amarillo. Supone que la razón última es que en el campo verde esperamos encontrar más comida que en el amarillo y, por eso, nos gusta más el primero. Todo esto lo repite mucho Don Pío en sus novelas y, como siempre, los personajes de Baroja no hacen más que expresar las ideas del escritor.

Thompsons almuerza  unos huevos cocidos y pan en la Venta de las Campanas y duerme en Barásoain. Los montones de fajos de cereal le parecen rebaños de ovejas y ve mujeres subidas al trillo y dando vueltas por las eras. Debajo de un puente sobre el Cidacos se encuentra una familia de gitanos. En Tafalla advierte vino por todos lados, “en barricas, en toneles, en palanganas”. La gente con tanto vino a su disposición le parece agresiva, malhumorada, irritable y violenta. Siempre tuvo gran antipatía Don Pío por los riberos navarros, aunque a veces se le escapen expresiones laudatorias sobre ellos. Dice  el viajero que estos navarros son petulantes, pero que tienen una gran virtud, que “tienen desdén por el dinero” y consideran más al compadre suyo pobre que al forastero rico. ¡Si Thompsons viniera ahora!

En medio del bochorno contempla Olite con sus torreones amarillos. Almuerza en la venta de Murillete y se agobia ante la visión de un pueblo requemado y polvoriento y con cuevas agujereadas en una tierra blanca y arenosa. Imaginamos que se refiere a Valtierra, pero no puede ser ya que aún no ha llegado a Caparroso. Percibe a la gente del pueblo desabrida y áspera. Un mozo del pueblo le comenta que todos los sábados hay trabucazos. Thompsons, es decir Baroja, piensa que es normal que la gente tenga este carácter, con tanto calor y sin que llege la influencia de la educación europea. Luego veríamos todo lo que hicieron los europeos con su educación, su clima templado y su riqueza: guerras, holocaustos y barbaridades inhumanas.

Le molestan al viajero inglés las moscas. De los pobres insectos dice de todo. Pero lo mejor: ¿Hay algo más cristiano que la mosca? A la mosca le gusta andar en las llagas, en el pus, en las basuras, como a los verdaderos cristianos. ¡Jesús como era Don Pío! Aunque a la hora de la verdad, como cuando su madre agonizaba en Itzea, corrió en busca del párroco de Lesaka para que le asistiese en su agonía.

En Catarroso apresan y colocan al pobre inglés de cirujano de una partida de milicianos mandada por el militar liberal Iribarren, que al día siguiente irá a la Bardena en busca de los carlistas. La Bardena la encuentra de una desagradable monotonía, triste y fea. Entran en combate los milicianos y los carlistas. Muertos, heridos y retirada hacía Caparroso, del que se veía en la lejanía el viejo castillo. Hoy también se distingue, medio derruido y poderoso, en un cortado encima del río Aragón.

En un soto del río, el de la Lobera, que todavía existe, nuevos tiroteos y la columna se desperdiga. El inglés, ya solo, ve un soldado muerto con un pañuelo atado a la cintura. Se lo corta y resulta encontrarse repleto de monedas de oro y plata. La verdad es que Don Pío tenía capacidad de inventiva y de contar historias a raudales. Sale Thompsons al camino y se encuentra con un carricoche conducido por un cura que lo lleva a Valtierra. El pueblo le parece desabrido y abrasado. Entra en Tudela y las descripciones de la ciudad que hace Don Pío son magníficas. Impresionismo puro. La ciudad le revela la España clásica. En la posada se tumba en el suelo por el calor insoportable y durante el sueño oye tañidos de campanas y el rebuzno de un burro. Le conmueve la ciudad antigua con sus callejuelas y, sobre todo, unos campesinos con el viático a la puerta de una casa en plena noche. Ante las caras de cansancio, de resinación y de abatimiento de los hombres, exclama: ¡Qué español! ¡Qué terriblemente español es todo esto!

Cena en la posada a la luz de un candil con un hombre de pelo rubio y ojos azules y otro de aire sacerdotal judaico. Se lo comenta a este último y orgulloso el hombre declara que no le extraña ya que su familia provenía de la judería tudelana. Parece que esta aljama fue una de las más importantes de la España Medieval y además, en el momento de la expulsión en 1498, por las presiones de Fernando el Católico sobre los reyes navarros Juan de Albret y Catalina de Foix, suponían casi la mitad de la población tudelana. Por otro lado y según los investigadores, se quedaron como conversos más de noventa y cinco de cada cien judíos tudelanos. De lo que es fácil deducir que una gran proporción de la gente de la Ribera Baja es de origen judío.

Después de dormir recorre el pueblo. Su catedral y sus palacios renacentistas y barrocos le parecen hermosísimos. Hoy siguen igual de bellos. Los nombres de las calles también los encuentra curiosos: calle de la Vida, calle de la Muerte, calle del Juicio, Chapinerías, Herrerías, de los Caldereros. Ese día hay mercado en la Plaza. Aquí distingue, aún más marcada que en los hombres, dos tipos diferentes de mujeres. Unas morenas, de óvalo alargado, ojos negros y melancólicos y de aire judaico. Otras de tipo germánico, rubias con ojos azules o claros, la cara cuadrada y la mirada enérgica y dura. Hoy seguimos presenciando los dos tipos de mujeres en las calles y plazas tudelanas.

Como Thompsons, nos dirigimos hacia el Ebro y, como entonces, atardece, el sol se oculta y sus últimos rayos iluminan los pelados montes, incendiándolos y convirtiendo el puente y el pueblo en un inmenso cuadro rojo. El río, como los ríos de Rulfo, se hincha de colores luminosos.

Podíamos decir más cosas de Tudela, pero con lo de Don Pío creo que por hoy es suficiente y, por otro lado, insuperable.

 

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