Empezaremos este recorrido junto al convento y colegio de los Capuchinos de Extramuros, una puerta al barrio de la Rotxapea. Aquí han construido una rotonda donde han aprovechado para plantar algunas especies de árboles interesantes. Y lo han hecho todo en tríos: los más altos son arces de Montpellier (Acer monspessulanum), de hojas pequeñas con tres lóbulos. En nuestros montes crece bien donde hay agua en el subsuelo. Mirando hacia Capuchinos tenemos, más pequeños, tres kakis (Diospyros kaki), que en invierno lucen unos frutos dulces de color naranja. Si nosotros no los aprovechamos los pájaros dan buena cuenta de ellos. Mirando hacia la avenida Marcelo Celayeta tres nísperos (Mespilus germanica), que también dan frutos jugosos, en su caso hacia el mes de junio. Mirando hacia Ansoain, hacia el monte, otros tres árboles pequeños, los más exóticos, se trata de acerolos rojos (Crataegus mollis), de largas espinas y hojas anchas. Estos también dan un fruto comestible, pequeño, rojo. Es una pena que donde están todos estos frutos se cargan de contaminación debido al humo del tráfico.

Para completar la belleza de la rotonda tres parterres llenos de rosas.

En la acera de Capuchinos nos rodean varias filas de plataneros (Platanus hybrida); aguantan bien la contaminación descamando su corteza, nos dan buena sombra con sus hojas anchas y abundantes. Dirijámonos por esta acera hacia la orilla del río.

Vamos a encontrar algunas especies de árboles repetidas a todo lo largo de este recorrido. El primer ejemplo son los olmos (Ulmus minor), que dominan la zona en que un gran desagüe se dirige al río bajo nosotros. Destacan sus hojas serradas, de forma como de huevo con la base asimétrica.
Por detrás de la tapia levantan su conocida silueta tres cipreses.
Antes de llegar a un par de bancos podemos ver otra especie de árboles que nos va a acompañar durante casi todo el recorrido, la robinia o falsa acacia (Robinia pseudoacacia); hojas compuestas de hojuelas o foliolos elípticos de borde entero, con las ramas mostrando aquí y allá unas espinas cortas que le salen por parejas. Según dicen estos árboles le dieron nombre al barrio en una época en que se le llamaba «el barrio de las acacias». Sus flores son comestibles y le han ganado otro nombre de andar por casa: «pan y chichi».
Desde estos bancos, a la derecha, podemos ver otro arbolico muy joven; se trata de un manzano plantado hace poco; no podremos sacar todavía mucha sidra con sus manzanas.

Seguimos adelante por la acera; olmos, robinias, y a poco de dejar atrás el portal número 29, en el otro lado de la calle, podemos apreciar otra planta que tiene forma aquí de árbol pequeño e incluso de arbusto, el majuelo o espino blanco (Crataegus monogyna), con hojas pequeñas de lóbulos profundos; en primavera se viste entero de flores blancas y desde el final del verano se llena de pequeños frutos rojos, las conocidas «manzanicas de pastor».

Estamos llegando por la acera a un lugar donde detrás de la valla vemos un conjunto muy denso de árboles y arbustos. Protagonista en él con un montón de troncos delgados, es el sauco (Sambucus nigra), que forma un arbusto grande y redondo, con flores y más tarde frutos en grupos que parecen platos entre el verdor de sus hojas.

Errotazar 23. Hemos llegado a los primeros arces blancos (Acer pseudoplatanus); después veremos gran cantidad de ellos, con hojas en forma de mano, al estilo de las de los plátanos de sombra. Los frutos son sámaras a las que les solemos dar el nombre de helicópteros, por la manera en que giran al bajar en el aire; los arces blancos los tienen colgados en racimos. Son árboles fuertes y de buen porte.

Seguimos adelante; la mayoría de los árboles que nos encontramos son de las especies ya mencionadas; encontramos un segundo manzano.

Tras dejar atrás unas escaleras en la parte derecha llegamos a un lugar especial. En él cuatro árboles altos y recios. Son plátanos de sombra, similares a los que había en Capuchinos. Pero estos son más viejos, fueron plantados al final del siglo XIX, son, por tanto, más que centenarios.

Sauco, olmos, arces blancos y, enfrente de la «Casa de Servicios Sociales» del Ayuntamiento, junto al río, un árbol del que empezaremos a ver a partir de aquí abundantes ejemplares; se trata de un fresno, de hojas compuestas de puntas agudas. Le gustan las orillas de los ríos; en los pueblos es plantado a menudo por lo sabrosas que son estas hojas para el ganado, además de que produce unas varas rectas de gran calidad.

Hemos pasado en nuestro paseo junto a algunos arbustos que no se han mencionado, pero que aquí, frente a los contenedores que hay en la calle Errotazar, cuentan con ejemplares algo mayores, podemos hablar de pequeños árboles. Se trata de ciruelos (Prunus domestica); anuncian la primavera con sus abundantes flores blancas, tienen hojas simples, de borde finamente aserrado y sus frutos son un tanto modestos.

Entre los árboles a los que les gustan las riberas de los ríos uno famoso es el chopo, el álamo negro (Populus nigra). A la par del comienzo de la carretera de Ansoain aparecen en nuestro recorrido. Tienen gran altura, hojas en forma de rombo y troncos de superficie agrietada.

Paseando hemos llegado ya hasta la altura del Monasterio Viejo. Tras unos bancos que hay a nuestro lado podemos apreciar un ciruelo hermoso, bastante diferente de los jovencitos que hemos podido ver hasta ahora. Su fuerte tronco sostiene una copa amplia y al comienzo del verano se viste de infinidad de ciruelas.

Unos metros más adelante, junto a la acera un fresno de buen tamaño nos obliga a pasar bajo sus ramas. Su tronco se divide en dos desde abajo. Un ejemplar notable.

Llegamos a la altura de la presa; estamos acabando de pasar la edificación del monasterio. Hay un árbol, modesto, que crece junto al río mientras la hiedra crece sobre él. Se trata de un aliso (Alnus glutinosa), hojas casi redondas, sin punta, onduladas. Los amentos que reúnen las flores y posteriormente sus frutos leñosos cuelgan entre las hojas, o sin ellas si el invierno las ha retirado. Realmente particulares son sus frutos, pequeñas piñas de madera, redondas, que se abren como sonajeros.

Fresnos, arces blancos, olmos, vamos pasando junto a la presa. Más adelante, tras pasar junto a un pequeño espino blanco llegamos a varios plátanos de sombra centenarios, de la misma plantación de los anteriores. Los olmos que crecen bajo ellos parecen miniaturas de árboles.

Antes de acabarse la valla que limita la acera algunos fresnos pequeños.

Llegamos al que coloquialmente llamamos «El Faro». Junto a él un arce blanco que ofrece su sombra y su verdor en el centro de la acera. Enfrente, en la rotonda, un par de encinas (Quercus ilex). No son árboles exóticos, son muy de casa, pero aquí demuestran la gran personalidad que tienen y que se bastan solas para vestir dignamente nuestro espacio urbano.